CUANDO HIERVE LA SANGRE de John Sturges. (“Never So Few” 1959). Con Frank Sinatra, Gina Lollobrigida, Peter Lawford, Steve McQueen, Paul Henreid, Richard Johnson, Charles Bronson, Dean Jones. Metro-Goldwyn-Mayer, USA. (**, de 4)
Este film es bastante irregular. Si hace tiempo John Sturges hizo algunas cintas bastante buenas pronto cayó en una etapa de mediocridad a la cual pertenece “Never So Few”.
Pero dirigida de un modo muy distinto bien podía haberse sacado como fruto algo más que una película mediocre. En efecto, Sturges parece no tener interés alguno con el film y tan sólo narrándolo con decencia podían haberse aprovechado los talentos, las virtudes que dentro del acartonamiento de las situaciones y de lo en cierto modo simple de la historia aún quedaban.
El plantel de actores era excelente. Estaba un jovencísimo Steve McQueen interpretando al impetuoso Ringa. Charles Bronson como siempre con el típico personaje de duro sin escrúpulos, sobrio por naturaleza que tan fenomenalmente suele protagonizar siempre. Estaban unos Dean Jones, Richard Johnson, Paul Henreid, Peter Lawford... y lo que es más importante: Frank Sinatra y Gina Lollobrigida. El legendario Frank Sinatra no canta en esta cinta con su poderosa y preciosa voz –“la Voz” lo llaman— pero sí que da la cara como chico bueno y algo sarcástico, generalmente ese es su papel en casi todos los filmes y por su parte no hay nada que decir pero el otro pilar de la película: Gina Lollobrigida sigue como siempre, con ese afán imperecedero de demostrar que no sólo es cara y cuerpo —que lo es y muy bien hecho— sino que, ante esas cosas, es una buena actriz. Pero eso es como pedirle peras al olmo, que dicen.
Gina Lollobrigida nunca poseyó talento de interpretación. Ella, como tantas otras actrices del cine eran tan sólo el rostro bonito —muy bonito— o el cuerpo fogoso y monumental —muy fogoso, muy monumental— que adornaba al héroe de turno y cuya presencia no molestaba en la pantalla. Pero estas actrices que sólo eran un rostro o un cuerpo no eran ni mucho menos, malas. No. Eran jóvenes que llevaban a cabo unas interpretaciones que no hacían delirar a un selecto cinéfilo de pro de Welles, Bergmans, Herzogs y demás genios del celuloide pero que una vez hechas quedaban como justas, precisas y ni mucho menos chirriantes. Eran actuaciones (cómo denominarlas) de a palo seco, sin adornos, por lo cual no pierden su belleza. Sin embargo, hay algo que distingue a Gina Lollobrigida de las demás. Dentro de ella había un mar encabritado, un fuego sofocante. En Gina Lollobrigida dentro de lo que son sus precisos y matemáticos gestos y movimientos hay algo. Ese algo es difícil de definir, tal vez sea ese aire, esa marca que los países y las mujeres latinas poseen. Un sello inconfundible. Una actriz latina normal y corriente posee más atractivo que la americana media que como actriz no deja una huella, una marca de que un día existió una tal como-se-llame, da igual no importa. Ese es el encanto de la actriz italiana y (ante todo) latina Gina Lollobrigida: ardor, pasión. Fuego en los labios, candor en apariencia, un sello, una marca, un algo. Algo que a simple vista puede pasar desapercibido dentro de sus gestos precisos y simplificados que no llegan a satisfacer. Pero ante todo es latina.(1982)
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