LOS CAUTIVOS, de Budd Boetticher. (The Tall T, 1957). Con Randolph Scott y Maureen O’Sullivan. Escrita por Burt Kennedy. Columbia. USA. (****, de 4). 77 minutos.
Es, francamente, muy difícil encontrar en el Viejo Hollywood un film del oeste que si bien no sea demitificador sea necesario. Tan sólo ya acabando los años 50 hay verdaderas obras de talento en este género cinematográfico tan marginado y subvalorado como el Western es. No obstante hay ejemplos rutilantes del western serio (“El hombre de Laramie, 1955, Anthony Mann) o “Cabalgar en solitario” (Budd Boetticher) pero indudable los hay y no vale la pena ocultarlos. Bud Boetticher es junto a John Ford, Raoul Walsh y Anthonny Mann uno de los grandes, de los colosos de ese olvidado, incomprendido y hermoso género que es el de narrar el polvo de las llanuras, el de ver el viento entre las rocas, el de oír el aullido del coyote. No hay una clase de cine más patética y al mismo tiempo hermosa, sólo ésta y el cine negro.
“Los cautivos” está escrita por Burt Kennedy, está producida e interpretada por Randolph Scott y está dirigida por Bud Botticher, forma parte de la corta saga de 7 cintas que a finales de la década de los 50 Boetticher en colaboración con Scott como actor realiza, generalmente con guiones de Kennedy. Esta unión: Boetticher-Scott-Kennedy ya legendaria al igual que la de Mann-Stewart-Yordan dió frutos bastante interesantes y sobre todo, serios. Raoul Walsh no tuvo colaboración fija con apenas ningún guionista y el actor con el que más trabajó fué, en este género, con Errol Flynn, que si bien confería a las cintas del viejo gran maestro tuerto un aire y un ambiente de cinismo y sarcasmo lo cierto es que con él no pudiese hacer una cinta del todo dura, entre otras cosas porque allí, en el Viejo Hollywood, cada actor tenía en la pantalla y en la mente del público una personalidad, Humphrey Bogart era el “duro”, Rock Hudson el guaperas justiciero etc. con lo cual Flynn tenía que hacer un papel muy a su medida pero perjudicial para la sobriedad que el oeste requiere.
Bud Boetticher, a sus películas sabía plasmarles un sello, una marca muy especial, y Randolph Scott unas representaciones de sus papeles enteramente geniales como generalmente era el conjunto en los films de Bud Boetticher. La seriedad, la rigidez y la sequedad de los planos de Boetticher son, seguramente, los únicos, o unos de los únicos que mostraban la historia del western tal y como tuvo que ser. Randolph Scott lleva a cabo su personaje de un modo redondo, Scott puede ser llamado sin temor a represalias el Bogart de las llanuras, el “duro” y romántico aventurero, comedor de polvo, que ha visto tantas y tantas crueldades e ignominias que no puede dejar de exclamar que su mundo tal vez no sea un buen mundo pero es el único que tiene y es en el que tiene que vivir, por eso procura defenderse y defender con ello su pellejo porque al igual que mundo no tiene más que uno.
Sin embargo pese a la rigidez y a la sequedad, los personajes encarnados por Scott no son héroes, ni tan siquiera hombres armados tan de valor y coraje, tan valientes y capaces de todo que más que hombres parecen computadoras y marionetas rígidas sin sentimiento ni temores y que no le dan a este viejo género lo que se merece, esos duros del western que nos han regalado, estereotipados y falsos como una careta son en cierto modo atractivos pero unos farsantes. Era el tiempo de donar a los personajes del celuloide de dotes que el humano no posee y por lo tanto elevarlos a lo divino y lo mitológico, los personajes de Scott no son así, nos sorprendemos al oír en el film éste cuando le preguntan si tiene miedo que sí. Y nos sorprendemos por lo inusual de estas confesiones. Cosas como éstas son las que hacen de Bud Boetticher y de sus películas verdaderas obras maestras y perennes ejemplos del arte cinematográfico. Boetticher en estos 7 films (y nos referimos cuando hablamos de él y de Scott a ellos sólamente) logra darnos un nuevo prototipo de cowboy o de pistolero que va por ahí matando gente, Boetticher sabe conjugar en 7 ejemplos capitales a dos genios como los son Scott y Kennedy sin contarse él dando como frutos productos que escapan al maniqueísmo general de este tipo de cintas que, frenadas por la censura, no pudieron decir todo lo que pretendían. Boetticher no tiene un cine de buenos y malos sino de gente que juega a un peligroso juego: El juego de estar vivo y de seguir estándolo. Es imposible olvidar el gesto de Randolph Scott cuando pregunta donde está su amigo y le contestan que en el pozo, muerto: “¿Y el niño”. “También”. –le vuelven a contestar— y entonces en su rostro aparece una mueca que ni más ni menos quiso decir: Qué horrible es esta tierra y los que matan, pero incluso yo tengo que matar porque quiero seguir viviendo. Soy como ellos, soy como todos”. Ahí radica el secreto del buen western, hasta el “bueno” es en el fondo un asesino que no puede hacer otra cosa.
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